Hace unos días, hurgando entre archivos en mi computadora, encontré dos escritos que hice días después de la muerte de mi padre.
José Manuel Eusebio Caraballo murió el miércoles 16 octubre 1996, en la mañana, a la edad de 82 años. Lo ayudé a morir y la vivencia fue dolorosamente hermosa y profunda.
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Llueve y salgo a ver la lluvia. Luego del miércoles 16, salgo obediente a ver la lluvia cada vez que cae, porque a través de ella hablo con mi padre.
Su cuerpo quedó vacío de vida ese miércoles, y ese día fue enterrado en donde él ya había dispuesto.
Llovió durante el cortejo fúnebre y siguió lloviendo de cuando en cuando, a veces creo que solo en mi cuadra. Y cada vez salgo afuera y puedo hablar con Manuel.
Hoy al hacerlo entendí más sobre mi pena. La niña interna está enfurruñada dentro de mí, silenciosa, huraña y desconfiada, porque su héroe se fue otra vez, y ella sufrió mucho la primera vez que él estuvo lejos.
Una vez, hace muchos años, cuando reinaba el gran tirano, Manuel fue vigilado por “cepillos” del SIM. Según oí, tenía un primo que participaba en actividades antitrujillistas y tenía casi su mismo nombre.
Manuel decidió ir a trabajar a Venezuela y llevarnos cuando ya estuviera establecido. Eso fue en el 1957. Según oí, y son recuerdos infantiles, el señor José Antonio Jiménez Álvarez, de la Compañía Azucarera Dominicana, que valoraba bien su trabajo, habló con alguien en el gobierno para que no lo molestaran más. El señor Jiménez Álvarez escribió a mi padre informándole sus diligencias y mi padre decidió regresar entendiendo que la vida aquí era mejor para mi madre, mi hermana y yo.
Volvió con fotos de serpientes, amigos e ingenios de azúcar en medio de la selva. Esos meses sin él fueron dolorosos. Los demonios atacaron con más fuerza: las pesadillas nocturnas se volvieron insoportables hasta llegar a un evento cumbre que vine a recordar al cumplir 40.
Hoy con mis 46 años puedo vivir sin él, ya no me resolvía ningún problema concreto, con una excepción, cuando iba al Acueducto a pagar su servicio de agua potable, pagaba también el mío ($100). Fuera de comer los domingos, no teníamos actividades comunes, no conversábamos mucho, no nos acariciábamos mucho, el nuestro era un amor silencioso.
Compartíamos principios de vida, actitudes, comportamientos y un montón de cosas más. El fue mi gran modelo de socialización. Me dio seguridad y estabilidad.
Él era como pensaba, de un solo rostro, sin aspectos escondidos, sólo sus lágrimas, no sabía llorar. Su honestidad era absoluta, permeaba todas las áreas de su vida, aunque admito que lo vi dar unos pesitos a policías de tránsito que lo molestaban y, una vez, teniendo yo 9 años, me prometió 5 centavos si comía un poco de berenjena y lo olvidó.
Fue mi maestro diario al hacer las tareas, sabía de todo un poco, tenía una mente extremadamente lógica, nada escapaba a su observación, aunque hablaba muy poco.
Era grandote y, para mi, muy hermoso. Aun, en sus últimos momentos, con respiración breve y semblante amarillento, lo veía tan bello, tan honorable, tan digno, tan profundo.
Mi héroe cruzó el río de plata y siento que su energía me acompaña. A veces me aconseja y sus consejos son del mismo corte: sabiduría, observación, tolerancia, paciencia... sólo que ahora me llevo de él sin chistar, mi rebeldía adolescente, mi autodeterminación leonina no opera mas frente a él.
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Después de la muerte de mi padre lloro por todo, oigo a Silvio… suena Alma Llanera... lloro y lloro.
A veces creo que lloro por los dos, ya que él no lloraba. Aprendí a ser así y era cómodo no bregar con muchos de mis propios dolores. Inconscientemente, aprovechaba y lloraba los de mis amigos, y pienso que procesé lo mío a través de ellos. Ahora que ha muerto mi padre lloro por todo, la compuerta esta desencajada de sus goznes y no puede contenerlo todo, hay filtración.
Por no bregar con emociones no conozco muchas historias, como aquella de la muerte de su padre. Su padre murió en sus brazos siendo mi padre un niño de 11 años, y esto lo supe en mis cuarentas leyendo unas páginas escritas por su tío Eliseo. No pudimos hablar sobre esto, hubiéramos llorado como locos. Preferí llorar sola y ahora que él ha muerto sé que lloramos juntos por todo lo que amamos. ¿Cuanto tiempo duró mi padre con el suyo muerto en sus brazos? ¿Que le dijo antes de morir? ¡Oh Dios cómo extraño a Manuel!
El dolor me atraviesa el corazón y la cabeza. La certeza de no verlo más me mata y fue tan tranquila y hermosa su muerte. Aún en la muerte apenas hablamos, dije solo lo que él necesitaba oír para soltar e irse tranquilo y confiado, todo el resto fue silencio y comunicación de nuestros seres internos.
Dos noches antes de morir me dijo “quédate” y fue su primera solicitud de caricias en toda mi vida.
Le ponía muchos cojines y almohadas, lo ayudaba a sentarse y recostarse y lo abrazaba. Pegaba mi tronco al de él para que descansara contra mi y lo acariciaba. Así pasábamos las horas de la madrugada en los breves días antes de su muerte. Mi espalda escoliótica se cansaba mucho y dolía, pero lo podía acariciar largamente y sentirlo completamente mío como cuando era niña. A veces, luego de varios intentos débiles de acomodarse mejor, se iba rodando hacia el borde de la cama. Yo temía que perdiera la estabilidad y él era muy grande para yo sostenerlo sola. Entonces quise acostarlo y él me dijo “quédate”. Esa palabra ha sido más importante que títulos de estudios, honores y reconocimientos recibidos. Es este el reconocimiento que ha llegado más profundo, el de mi padre solicitando que me quedara acurrucándolo en su lecho de muerte.
Así como Dersu Uzala guió al capitán explorador por las tierras de Siberia, ayudé a mi padre a caminar el camino de la muerte y se fue tranquila y suavemente. Abrió sus ojos grandes y miró hacia arriba. Cómo me gustaría haber visto lo que sus ojos miraban en ese momento. Pero estoy ciega todavía. No me apena que se haya pasado al otro lado del río, sé que ahora está sano y ligero. Es un pedazo de mi alma que se siente despedazada, aterrorizada, confundida, sin su antiguo protector. Cuando era niña y me acosaban las pesadillas, él siempre se levantaba a despertarme y darme confianza y protección.
Querida Noris: Encontré tu blog en uno de esos días de navegación y lo incluí en el mío de modo tal de que me llegaran tus nuevas notas o escritos. He leído estos tus escritos de entonces y comparto desde lo más íntimo algunas de tus vivencias, que aún no he podido poner en palabras acerca de la muerte de mi padre. Tal vez esta lectura me dé los ánimos necesarios para emprender la tarea de homenajearlo con un ejercicio de sinceramiento como el tuyo. Te abrazo con todo mi afecto. Beatriz
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